Sobre la militancia revolucionaria

El nuevo periodo que se abre nos ha llevado a posicionarnos de forma clara respecto al único camino posible para generar un proceso que aporte a nuestra clase en ser protagonista de los procesos de construcción y transformación: La militancia revolucionaria.

Sin embargo, no es tan fácil hablar de militancia en un contexto donde el discurso posmoderno e individualista ha planteado un abierto rechazo a la organización política de los revolucionarios.

Desde aquí, pretendemos hacer una reflexión que permita problematizar no solo dichos discursos, si no la necesidad y carácter que debe adoptar la militancia y el papel del sujeto revolucionario como actor político y como fuerza moral y material para jalonar la revolución.

El proceso de derrota política e ideológica que trajo consigo la salida pactada de la dictadura impactó fuertemente en las organizaciones revolucionarias, y aun mas en las masas populares que durante las últimas décadas han cultivado un rechazo a la política, indistintamente de si esta es burguesa o no, y sobre todo a la idea de asumir un compromiso personal con un proyecto político colectivo. Este rechazo ha traído consigo respuestas “alternativas” progresistas y postmodernas, que han cultivado una forma de construir política con un marcado desdén al trabajo partidario, negando el rol fundamental que cumple para la lucha de la clase trabajadora, y abriendo paso a formas laxas, flexibles, carentes de disciplina y compromiso, donde cada quien hace según lo que puede, con una marcada sobrevaloración del espontaneísmo, y desde ahí claudicando a la posibilidad de superación de la explotación y la sociedad de clases. Este relato pequeño burgués se instaló con fuerza en los sectores estudiantiles, permeando así a una gran masa de la juventud no solo proveniente de los sectores medios si no también populares. Mientras que en paralelo la atomización de la clase y su fragmentación organizativa, proveniente de los cambios estructurales que impuso la dictadura se asentó aún más con el discurso individualista y aspiracional para resolver las necesidades materiales del pueblo.

Flaco favor, entonces, ha hecho el discurso pequeño burgués en la clase trabajadora y los sectores populares, mientras que estos mismos fueron gestando sus propias organizaciones partidarias que hoy los llevaron al gobierno.

Esta realidad nos plantea con claridad que el discurso instalado ha sido una cortapisa para el desarrollo de la clase y ha cumplido un rol abiertamente reaccionario. Pues mientras la burguesía y los sectores medios levantan sus partidos y cuadros políticos para actuar en defensa de sus propios intereses como clase, invitan al pueblo trabajador a la desorganización y la espontaneidad, condenándolo a la derrota.

Hoy, tras la victoria del discurso democrático burgués, pero también y, sobre todo, tras las muestras de lucha y capacidad combativa del pueblo, es fundamental pensar en la necesidad de volver a instalar la militancia y la construcción partidaria como elementos esenciales para el desarrollo de la clase y su autonomía política de los sectores pequeñoburgueses.

La militancia revolucionaria y la construcción del partido se vuelven en este contexto una necesidad impostergable para quienes aspiramos a organizar e impulsar un proceso revolucionario, y es por esto que hoy nuestro llamado es claro: no hay posibilidades de articular, dinamizar y jalonar la lucha de la clase trabajadora si no es mediante la militancia revolucionaria.

¿Que es la militancia revolucionaria?

Cuando hablamos de militancia revolucionaria no nos referimos al simple hecho de organizarnos en tal o cual colectivo, menos aún a esa idea de sentimiento que a veces se expresa en quienes articulan discursos rimbombantes como “milito para el pueblo”, “milito para la revolución”, haciendo alusión de que es posible militar para el pueblo y la revolución sin ser parte de un instrumento político y solo desde la voluntad individual.

Participar de un espacio, colectivo o asamblea habla claramente de organizarnos, y eso es por supuesto un paso importante en el desarrollo material de la lucha, pero que esto pueda ser definido como militancia es un error a todas luces. Militar significa ante todo adherencia, compromiso y cohesión bajo el paragua de un proyecto político, es decir un propósito, una estrategia y una táctica concreta, que determina nuestro que hacer, tanto en la vida política como personal.

Por tanto, para que haya militancia debe haber ante todo un proyecto político, y por supuesto, para que esa militancia sea revolucionaria, debe responder a un proyecto político revolucionario.

Luego, no basta con la sola adherencia o simpatía a tal o cual proyecto, hay un trecho enorme entre ser activista, simpatizante o abiertamente militante. Un militante revolucionario pone al centro de su vida el proyecto revolucionario, destina sus mayores fuerzas para impulsar las tareas de las cuales es responsable, se perfecciona y profesionaliza, preparándose siempre para afrontar sus tareas presentes y futuras con las mayores capacidades. El militante no realiza su actividad política en la medida de lo posible, no desplaza su compromiso revolucionario en una categoría de segundo orden, si no que asume su labor como prioridad y actúa en consecuencia. Una vez que termina su actividad no deja de ser militante, la militancia es algo que no se abandona terminada la asamblea o la reunión. Se milita siempre, y por tanto en nuestro actuar personal, en nuestros espacios de intimidad seguimos siendo militantes, y vale decir que, en ese sentido, esto nos exige actuar en consecuencia.

La militancia tiene ante todo un componente colectivo. El militante existe en tanto es parte de un instrumento político, nunca desde la individualidad. Es por lo mismo, que la necesidad de comprender la militancia como un acto colectivo es fundamental para comprender que nuestra acción u omisión, nuestros aciertos y nuestros errores, siempre impactan a los otros con los que militamos.

En este sentido, ser militantes reviste un acto de generosidad y entrega muy difícil de alcanzar, ya sea por el ego, el hedonismo, la exaltación del individuo por sobre el colectivo, la mezquindad, o simplemente porque no estamos realmente convencidos de poner nuestra vida al servicio de un proyecto que poco tendrá de recompensa y mucho de sacrificio. Militar es un verbo que solo se alcanza cuando nuestra conciencia de clase y nuestro compromiso con el pueblo han alcanzado un nivel cualitativamente mayor.

Las lealtades personales, los amiguismos, las complicidades mal entendidas, así como la instrumentalización del espacio militante para dar respuesta a intereses o carencias personales, es un error que hoy por hoy los revolucionarios no podemos darnos. Por el contrario, si militar es la forma concreta y cotidiana que adopta la tarea de construir partido y darle curso a la estrategia revolucionaria, todas las deformaciones que adopte impactarán de lleno en los objetivos trazados.

En la práctica política, un militante es un creador y un constructor, es decir con la creatividad y audacia necesaria va construyendo los métodos y tácticas que den respuesta a su realidad y a su línea política. El estancamiento y el dogmatismo no es opción para la militancia revolucionaria, que con la misma fuerza que aborda sus tareas y responsabilidades específicas contribuye en el desarrollo teórico, político, ideológico, organizativo y material de su instrumento.

Desde aquí, que militar es un desafío permanente, no existen jinetas pasadas que pesen en el presente, pues el militante no es nunca un sujeto acabado, y no vale por los actos heroicos que alguna vez llevó a cabo, al contrario, se pone aprueba todos los días y está en permanente construcción, como la vida misma.

En este mismo sentido, la militancia no solo se prueba en la práctica política, pues militar permea todos los aspectos de la vida, y ahí es donde la moral revolucionaria actúa como criterio vector en cada una de nuestras acciones y decisiones. Se puede ser un gran dirigente, un gran agitador, se puede ser muy bueno en la protesta callejera o en el análisis, pero si no se ha forjado la fuerza moral, ninguna cualidad orgánica, política, social o militar es suficiente. Es por tanto aquí donde el militante debe educar su moral, como un aspecto principal de su vida militante.

En síntesis, no se puede ser militante revolucionario, si no existe una condición material que es la adherencia y compromiso con un proyecto político revolucionario, y la práctica política mediante la cual lo hacemos carne, y actuamos en coherencia. Pero hoy ya sea por las desviaciones políticas o ideológicas de los instrumentos políticos, o por la debilidad de los mismos militantes, hablar de un proyecto político revolucionario parece una tarea bastante compleja, en el escenario actual de la sociedad chilena, sobre todo cuando dichas organizaciones o militantes, actúan con desdén hacia la clase trabajadora, o con aires de superioridad, complacencia, o paternalismo. Todos adjetivos que exponen gran parte de las prácticas y apuestas que impulsan muchas de las organizaciones mal llamadas revolucionarias. En este vario pinto podemos observar a aquellas que ante su desconfianza hacia la clase, prefieren subordinar su táctica a la táctica de la burguesía, como lo fue el seguidismo a la táctica institucional democrático burguesa, mediante la creación de “las candidaturas populares” o el llamado a votar en las elecciones presidenciales, o quienes creen que su tarea es indicar al pueblo el camino a seguir y repletan las calles y territorios de consignas y acciones alejadísimas de los intereses de la clase, mostrando que no se tiene el más mínimo interés por sus necesidades o anhelos, por último encontramos a los clientelares, que copan los espacios de organización popular de universitarios que vienen tal cual lo hace “un techo para chile” a resolver las necesidades del pueblo, o peor aún, hay quienes actúan de manera oportunista instrumentalizan las demandas u organizaciones sociales para beneficio de sus propios instrumentos, actuando con delirios de grandeza pero sin ningún avance real. Todo esto, habla de militantes que nada tienen de revolucionarios, pues si nuestra clase y el incesante camino para su emancipación no está al centro de nuestro proyecto, entonces nuestra practica no es más que un acto de sectarismo y arrogancia.

La militancia revolucionaria por tanto reviste un desafío complejo no solo de lo que se hace sino del proyecto al cual se adhiere, pero ante todo reviste un desafío moral y material, pues nos exige poner lo mejor de nosotros al servicio de nuestra clase. En este sentido, la militancia revolucionaria, es la forma superior que alcanza el desarrollo de la conciencia de clase, y el compromiso revolucionario, y por ende la única forma posible de ser un aporte real a la victoria de la clase trabajadora.