Nuestra teoría política para la revolución chilena: el marxismo insurreccional

La situación de debilitamiento y marginalidad actual de la izquierda revolucionaria chilena, que como ya hemos dicho enfrenta, a nuestro parecer, su peor momento histórico, esta atravesada por diversos factores, dentro de los cuales vale destacar la ausencia de desarrollo político, y por ende la carencia de claridad y perspectivas respecto a cómo subvertir el estado actual de la lucha de clases, en favor del pueblo trabajador, y de qué manera encaminarse para impulsar un proceso revolucionario en Chile. No es casualidad que amplios sectores que en el pasado podrían haberse llamado revolucionarios hayan claudicado por apostar al camino institucional, u otros, en coyunturas específicas hayan respondido desde el oportunismo, actuando como vagón de cola del progresismo. Así mismo, la ausencia de alternativa política y organizativa para nuestra clase por parte de las organizaciones revolucionarias se ha vuelto un problema que cada vez cala más fuerte, y nos deja en una posición de marginalidad profunda, que se ve lejos de revertir, por más que se sobredimensionen algunas experiencias de trabajo de masas puntuales donde se alcanza cierta masividad forzada o inflada (con métodos paupérrimos que no son interés de este articulo tratar), o se recurra al dogmatismo, para intentar llenar la ausencia de teoría política, sin mediar esfuerzo alguno por analizar las condiciones actuales de la lucha de clases en Chile y construir una línea política capaz de dar respuesta a esta realidad.

Es en este contexto que hemos decidido, como organización, dar un paso en el desarrollo de una teoría política que de orientación a nuestro que hacer en el marco de la realidad actual del capitalismo y la lucha de clases en nuestro país. Es por esto, que hemos hecho un largo esfuerzo por analizar la fase de acumulación actual y las características políticas, sociales, ideológicas y económicas que la atraviesan. Nuestro análisis parte por comprender que Chile habita un momento del capitalismo que es propio de su maduración, lo que se explica, por un lado, por la extensión de la fuerza de trabajo asalariada, constituyéndose la clase trabajadora en la más grande del país, permeando incluso otras relaciones de producción precedentes, reemplazando, por ejemplo, el latifundio por la agroindustria, y al campesinado por el trabajador agrícola; y por otro, por la superación de la dicotomía inter burguesa entre burguesía nacional y trasnacional. Esta dicotomía ha quedado rezagada a raíz del carácter imperialista del capitalismo hoy, que radica no en imperios geográficos, si no en el imperio del capital, lo que ha permitido que una porción importante de la burguesía nacional se haya constituido en una gran burguesía trasnacional, gestándose de este modo, una burguesía chilena monopólica y dominante, con fuertes inversiones no solo en Chile si no también en el extranjero, mientras que a su vez, el proyecto hegemónico de esta gran burguesía ha desplazado los proyecto nacionales de las burguesías locales quienes se han integrado de manera óptima al circuito de capitales mediante la producción o la circulación de bienes y servicios.

Tanto las características de la burguesía como de la clase trabajadora propias, como ya lo hemos mencionado, del capitalismo maduro confluyen en el campo político mediante la total hegemonía de la burguesía trasnacional, la cual se sostiene en el régimen por excelencia de esta fase de acumulación capitalista: el régimen democrático burgués. Esto no es menor cuando pensamos que el problema de la “democracia” no es un problema de forma, si no un elemento esencial para mantener y fortalecer las ganancias del empresariado, lo que significa que su defensa tiene un componente estratégico y de principio para los grandes monopolios. Dicho esto, entendemos por tanto, que la disputa y confrontación con la institucionalidad burguesa y toda base del régimen democrático burgués -para esta fase de acumulación- no responde a un problema de orden táctico, si no de carácter estratégico para los revolucionarios. En esto queremos detenernos para clarificar que el hecho de que la disputa con la democracia burguesa tenga un carácter estratégico no quiere decir que sea un problema de principios, pues la estrategia revolucionaria responde ante todo al análisis de la realidad del modo de producción y de las dinámicas de la lucha de clases en cada rincón del mundo. Por lo tanto, es indudable que en otros momentos de la historia y por, sobre todo, bajo otras fases de acumulación capitalista, la validación o rechazo de los métodos democráticos burgueses puede haber sido un problema de orden táctico, y bajo esa realidad es plausible que otras organizaciones y compañeros hayan optado por adoptar esa táctica en determinados escenarios. Lo que no significa, en ningún caso, que para los revolucionarios hoy sea una posibilidad.

Por otro lado, la dominación burguesa, y su régimen democrático burgués, se sostienen en una forma aparente de inclusión política, mediante procesos populares como lo son principalmente las elecciones. Sin embargo, en la realidad, la democracia burguesa excluye a la clase trabajadora de forma estructural, lo que genera que la posibilidad de agotamiento del discurso democrático y sus expresiones políticas sea una posibilidad candente, sobre todo cuando se agudizan las crisis. Esto implica que sea necesario contar con métodos más efectivos para la burguesía y la defensa de su democracia, y es ahí donde se vuelve esencial tener el monopolio de la violencia y ejercerlo como forma de coerción social, cuando las bases de su gobernabilidad se ponen en juego. Bajo este escenario, cabe destacar que en la realidad chilena el rol de las fuerzas militares es central para el orden y control interno, donde tanto el ejército, pero sobre todo las fuerzas de orden han logrado profesionalizarse, adoctrinarse, y desarrollar una capacidad logística y material de una forma inalcanzable para las masas. En este sentido, es fundamental indicar que la potencia militar del enemigo supera con crecer cualquier fuerza militar que tenga o que pueda alcanzar la clase trabajadora y los sectores populares.

Esto nos hace preguntarnos, entonces: si la participación institucional queda desalojada de nuestra práctica política dado el carácter estratégico que tiene la tarea de golpear y desestabilizar las bases de la democracia burguesa, y a su vez reconocemos la fuerza inconmensurablemente superior que tiene el enemigo en el plano militar, ¿quiere decir que la revolución en Chile no es posible? Nuestra respuesta es clara y contundente: la revolución en Chile es totalmente posible y solo depende de la capacidad creativa y política de los revolucionarios encontrar el camino para darle curso. El marxismo insurreccional para nuestra organización es ese camino, y lo entendemos como la teoría revolucionaria para la victoria y la conquista del poder por parte de la clase trabajadora.

Nuestra base teórica se sustenta en la comprensión histórica de la lucha de clases y el reconocimiento de que la contradicción principal del capitalismo que atraviesa todas sus fases de acumulación es la contradicción capital-trabajo, la que hoy por hoy, bajo el carácter particular que ha asumido la vorágine capitalista a nivel mundial, podemos entenderla como capital v/s fuerzas productivas.

Reconocemos en el marxismo y sus componentes la herramienta fundamental para el análisis de la realidad y para la formulación de los enclaves de la lucha revolucionaria. No existe ninguna teoría en la historia que haya superado al marxismo como forma de interpretación material y no material del capitalismo, así como concepción política respecto a las directrices que debe asumir el movimiento de trabajadores para su emancipación y la construcción del comunismo (caso ejemplar es la comuna de parís, y las lecciones que saca Marx de esta experiencia, la que rescatamos como uno de los ejemplos históricos más importantes para comprender y caracterizar una insurrección).

En este sentido, más allá de las variaciones tácticas que pueda adoptar el movimiento obrero y de trabajadores en ciertos momentos y realidades, reconocemos que el camino determinante para alcanzar la superación de la dominación burguesa por parte de la clase trabajadora es sin lugar a dudas la insurrección.

¿Pero qué tipo de insurrección?

Lo primero que debemos esclarecer es que nuestra organización comprende la insurrección como un aspecto medular y articulador de toda nuestra práctica política. Desde ahí, hemos asumido la Estrategia Insurreccional de Masas como la estrategia que articula todo nuestro plan político. Dicho esto, debemos especificar que descartamos cualquier forma aparatista, foquista o aislada de las masas para el desarrollo de la lucha insurreccional. Al contrario, reconocemos en la construcción de poder popular y la organización partidaria los pilares estratégicos del plan insurreccional. Esta estrategia, se enmarca como la forma específica que adopta la guerra revolucionaria en las condiciones propias de nuestra realidad, donde ya aproximamos algunas ideas en los anteriores párrafos. No toda guerra revolucionaria se puede librar en los mismos términos y formas, dependerá de la realidad de cada sociedad de qué manera piensa llevar a cabo la revolución o mejor dicho que estrategia definirá para aquello.

Una insurrección de masas (organizadas)

Hablar de insurrección de masas no radica simplemente en imaginarse a hordas de personas tomándose las calles. Al contrario, amerita una lectura más compleja que tiene que ver con comprender el rol protagónico de la clase trabajadora en primer orden, y de los sectores populares en segundo orden, en el proceso revolucionario. Las condiciones desiguales para librar una lucha ante un enemigo inmensamente superior solo pueden revertirse con la fuerza de un contrincante no tan solo cuantitativamente más grande, si no ante todo, con mayor determinación, entusiasmo y compromiso con la lucha. Esto por tanto significa, que el carácter de masas de una insurrección es una condición fundamental para su victoria. Dicho de otro modo, no hay revolución posible sin un rol protagónico de las masas populares en la guerra revolucionaria. Ahora no basta con pensar en las masas de forma amorfa e inorgánica, al contrario, la capacidad de organizar una insurrección donde, como ya dijimos, la case trabadora cumple un rol central, solo se puede alcanzar con grados de organización popular elevados que a su vez tengan un amplio alcance en el pueblo trabajador. En este sentido la fuerza y capacidad de victoria de la estrategia insurreccional radica en el poder de la masa, y ese poder no es otro que el poder popular. Sin fuerza material y sin poder antagónico entonces la insurrección y cualquier estrategia revolucionaria está condenada a la derrota.

Una insurrección de carácter permanente

Bajo nuestra concepción, pensar que la insurrección, o más amplo aún, que el ejercicio de la violencia revolucionaria corresponde solo a un momento de la lucha de clases es un error y en concreto una claudicación a la revolución. Mientras el enemigo desarrolla y eleva permanentemente su capacidad militar, los sectores organizados, tienen tanto el deber moral como político de desarrollar las condiciones para el ejercicio de la violencia política de forma permanente. No se trata de asumir la lucha militar a espaldas de la clase, si no al contrario, de impulsar y elevar los ejercicios de confrontación que permitan al pueblo generar un cúmulo de experiencia, que se enquisten en la clase como parte de su educación política para enfrentar futuros escenarios, que entre idas y venidas (aciertos y derrotas), serán cada vez más agudos y complejos.

La insurrección asume, por tanto, formas especificas en cada periodo de la lucha de clases, adecuadas al nivel de conciencia, disposición combativa y organización de masas que tenga el pueblo. En este sentido, decir que hoy no están las condiciones para la lucha militar, es como decir que hoy no están las condiciones para que el pueblo se organice, o que se desarrolle política e ideológicamente. Esto a todas luces es la peor farsa que sostienen los sectores vacilantes y temerosos, que finalmente lejos de querer transformar la realidad, solo aspiran a embellecerla (o peor aún se quedan en la trinchera de la resistencia inofensiva) pues no tienen ni la confianza en las capacidades de la clase trabajadora, ni la valentía de asumir un camino complejo, audaz y determinante que nos exige, no mañana si no hoy, encabezar, motorizar, y diseñar con toda la creatividad posible, las formas necesarias para el legítimo combate que el pueblo impulse.

Bajo nuestra concepción, en las condiciones del actual periodo de la lucha de clases, la forma en que se expresa la estrategia insurreccional es a través de una táctica que combina a lo menos, los métodos propios de la guerrilla urbana y la autodefensa de masas, en un actuar donde la organización revolucionaria, mediante la construcción de poder popular, va generando experiencias de lucha y autodefensa en contextos de conflicto y movilización, mientras que a su vez se dispone de destacamentos dispuestos a desarrollar propaganda político-militar mediante acciones de enfrentamiento con las fuerzas enemigas, recuperaciones y sabotajes.

Una insurrección dirigida por una vanguardia militante

Finalmente, no podemos dejar de mencionar, como síntesis de lo anteriormente expuesto, que la insurrección no se desarrollar sola, y no tiene opciones de avanzar a estadios superiores de la lucha por el simple impulso espontaneo de las masas. En este sentido, estamos convencidos de que la insurrección requiere un catalizador y una vanguardia dirigente, que no se reduce a la mera existencia de organizaciones dispuestas a luchar, si no también requiere un alto grado de inserción y legitimidad en amplios sectores de la masa organizada, pues el papel dirigente de la o las organizaciones revolucionarias, nunca se hacen desde fuera del movimiento si no insertos dentro de él. Es por esto, que la construcción de partido, el crecimiento militante, pero también y por sobre todo la cualificación y el fortalecimiento del trabajo de masas en miras a la construcción de poder popular es de vital importancia. Desde aquí, que el poder popular para nosotros no está basado en una suerte de teoría autonomista, si no, por el contrario, en la creación de un poder antagónico al poder burgués, que tenga la fuerza y la capacidad de confrontar de manera decidida y con reales posibilidades de victoria a la burguesía y sus aparatos de dominación.

Para nosotros, el marxismo insurreccional, es una teoría en permanente construcción, en la medida que como organización vamos perfeccionando nuestra línea, profundizamos nuestros análisis y lo contrastamos con la realidad. Desde aquí, aspiramos a ampliar el debate y contribuir a la tan ansiada reflexión y discusión de los revolucionarios respecto a las formas y el carácter que debe tener la revolución chilena, que lejos de ser un debate cerrado, es un ejercicio continuo y un desafío primordial.