Nuestra posición ante la coyuntura actual del proceso constituyente

La coyuntura política está sin duda marcada por el plebiscito de este nuevo proceso constituyente, sin embargo, en las más amplias capas de la clase trabajadora, esta coyuntura no resuena más que como un eco sórdido, lejano a la vida y los problemas que a diario nos toca enfrentar.

Sin embargo, lo llamativo no es tanto el profundo desinterés que generan estas votaciones en las masas, si no la paradoja detrás de la coyuntura institucional. Una amarga ironía es que lo puesto en “disputa” sea la continuidad del marco jurídico impuesto a sangre en dictadura, y que sentó las bases legales para la consolidación del capitalismo monopolista en Chile, o un nuevo orden constitucional que representa a todas luces una ofensiva burguesa para mejorar aún más las condiciones para la acumulación de riqueza.

Este escenario, sin dudas dantesco, lejos de ser una coyuntura aislada, representa el cierre de un periodo que nace con la salida institucional de los partidos burgueses a la situación insurreccional de octubre del 2019, a través del llamado acuerdo por la paz del 15 de noviembre, donde se logra condensar y cooptar al movimiento de masas mediante la propuesta de llevar a cabo un proceso para un cambio constitucional.

Fue precisamente ese 15 de noviembre, mediante la firma del acuerdo por la paz, que se
sentenció la derrota de la clase trabajadora y su revuelta popular. De ahí en más, el elevado estado de ánimo y la disposición de lucha de las masas, fue en un decidido retroceso y rápida descomposición, y lo que había sido un ascenso histórico de la lucha de clases, se esfumó tras el show de la democracia burguesa.

A partir de esto, tanto el hito del plebiscito de entrada como el primer proceso constituyente vieron volcados los esfuerzos del progresismo y el reformismo, pero también ganaron la atención de sectores aparentemente más radicales, que ante el vacío de política y la tentación del oportunismo, creyeron «interpretar el estado de ánimo de las masas» incorporándose a la dinámica impuesta por los partidos burgueses, sin caer en cuenta que la cooptación institucional del conflicto no hizo más que colocar a los trabajadores fuera de jugada, desmovilizando, desarticulando y socavando el entusiasmo creador y la disposición combativa de nuestra clase.

Ante una jugada de la burguesía que desarma a las masas y que permite restituir la gobernabilidad, alimentar falsas esperanzas en el pueblo trabajador o sumarse al show montado de la convención fue la forma más evidente de reconocer la desesperación pequeño burguesa de las filas de gran parte de la izquierda extraparlamentaria, así como su profunda desconfianza en la capacidad y potencialidad de nuestra clase, pero por sobre todo, la enorme carencia de política que nutre la práctica de estos sectores los imposibilita a tener una mirada correcta de la situación política.

Así fue como vimos pasar convencionales del «pueblo», o iniciativas «populares» de norma, y agitadores apruebistas, todo sin reconocer la distancia cada vez mayor que se iba generando a nivel ideológico y político con la clase, que derrotada y tremendamente golpeada,
se repliega y aísla del escenario político para ser un espectador de quienes deciden asumir su supuesta representación.

Lo cierto es que mientras organizaciones y grupos jugaban la partida impuesta por la burguesía y que había significado la derrota para nuestra clase, esta última tuvo que enfrentarse a las duras medidas del disciplinamiento social: expresado tanto en el golpe económico del alza histórica de la inflación, el deterioro del salario, el aumento de las tasas de interés, el aumento del desempleo (encubierto por el trabajo informal), así como también en la ofensiva comunicacional que de forma sistemática fue intentando instalar un antagonismo entre la revuelta y la masa, criminalizando la lucha, aparejando la práctica de la movilización social y la acción directa a la delincuencia y el crimen organizado, y restituyendo la legitimidad de
las fuerzas represivas.

La generación de este antagonismo entre el actor creador, la clase trabajadora, y su obra, la revuelta popular, provoca la enajenación de las masas que terminan repudiando su propia práctica -su propia creación-, negándose con ello a sí mismas, lo que por consecuencia provoca un profundo retroceso de la conciencia de clase, y una desmoralización que golpea fuertemente la subjetividad y el estado de ánimo de las masas.

La disonancia política, imposible de ver para oportunistas y vacilantes, pilló de sorpresa a estos sectores que ante el primer plebiscito de salida veían confiados la victoria del apruebo, sin embargo la realidad fue otra: una victoria amplia del rechazo, con un voto
principalmente popular, decía con claridad que los trabajadores no vislumbraban en dicha propuesta una respuesta a sus problemáticas, pero por sobre todo, veían dicho proceso
como ajeno, y no sentían en este ninguna identidad.

De ahí en más, la burguesía vió en la victoria del rechazo una oportunidad para generar una ofensiva bajo el marco de un nuevo proceso constituyente, que lejos de tener concesiones cosméticas, asenta ciertas bases jurídicas para mejorar las condiciones de explotación, lo que a su vez se ha reforzado con un plan de medidas represivas que no son más que un amarre legal para garantizar la coerción del movimiento de masas ante cualquier futuro escenario de ascenso
de la lucha de clases.

El entusiasmo inicial de la burguesía con la avasalladora victoria de candidatos republicanos, pronto se disipó ante la inevitable posibilidad de ver fracasado este segundo proceso y por lo tanto dejar una grieta que aperturará nuevamente una situación insurreccional en el marco de una democracia burguesa que no ha logrado superar más que en lo figurativo la crisis de legitimidad que atraviesa.

Es ahí, donde inevitablemente se volvió necesario hacer de esta coyuntura el cierre de un proceso, donde si la victoria del «a favor» ya no era una opción viable, la victoria del
«en contra» aparentaba entonces constituirse en una “victoria popular”, con la expectativa de generar una subjetividad de conformidad para las masas.

Es así como una camada importante de partidos burgueses, junto a grupos y organizaciones que parasitan como vagón de cola del reformismo, ha llamado a votar en contra,
bajo el discurso de «frenar a la derecha», o de que la nueva constitución divide y no representa un consenso social. Pero, ¿Qué constitución burguesa no es por naturaleza una división de clases? ¿Acaso no es esta constitución la base jurídica que permitió la consolidación del capitalismo monopolista chileno, y la profundización de la miseria y precariedad de nuestra clase legalizando el robo sistemático, a destajo y sin límites de los burgueses hacia los trabajadores?

En este sentido, no podemos no reconocer que este proceso efectivamente cierra un ciclo pero deja abierta una grieta al devenir de la lucha de clases. Una revuelta que conlleva la muerte, la mutilación y la prisión política de tantas y tantos, no se disipa en una falsa victoria como esta, tanto el enemigo como nosotros y sobre todo los trabajadores sabemos que los dolores y carencias que ha traído la explotación a nuestra clase siguen vigentes, y aún más, han empeorado en estos años posterior a la situación insurreccional de octubre.

A partir de esto, es que queremos ser categóricos, la coyuntura actual no ofrece ningún camino, ni ninguna victoria a los trabajadores de Chile. Más aún, sólo falsas victorias, esbozadas
por el discurso burgués y replicadas por la izquierda borrega que no es capaz de mirar más allá de las narices de la institucionalidad burguesa.

En este contexto, nuestra posición lejos del principismo pero anclada en la profunda confianza en nuestra clase es No Votar, y si bien comprendemos que para sectores honestos de nuestro pueblo sea necesario expresar su rechazo mediante el voto, estamos convencidos que lo que nos debe dejar este proceso es el aprendizaje y la experiencia, plasmada en las tareas urgentes
e impostergables que tenemos los revolucionarios para jalonar nuevos procesos de lucha, preparar las condiciones para el enfrentamiento directo con el enemigo y la autodefensa de masas, para engrosar la grieta que deja este proceso inconcluso, elevando la organización de los trabajadores, y clarificando nuestros anhelos como clase plasmados en un programa que oriente la lucha y nos convoque, desde la autonomía de clase, la unidad y el protagonismo popular a tomar una vez más la ofensiva, y a conquistar nuestras victorias por el único camino posible: el camino de la lucha revolucionaria por la conquista del poder de los trabajadores.

Para el activo político que aún vacila desorientado pero aún abraza la honestidad y el compromiso con el pueblo trabajador, los llamamos a nunca más confiar en la burguesía ni en sus andamiajes políticos, la única confianza que debemos tener es en la fuerza y la potencialidad creadora y revolucionaria de nuestra clase. La verdad nos golpea sin matices: no hay atajos para la revolución.