Nuestra línea política para la revolución: Poder Popular e Insurrección

Cuando miramos el actual escenario de la lucha de clases en chile, podemos observar que las enormes fuerzas desplegadas por el pueblo para la revuelta del 18 de octubre se han diluido y dispersado, ante un retroceso político e ideológico tan vertiginoso como lo fue su ascenso, esto no es casualidad, si no más bien el resultado de estrategias combinadas de coerción y cooptación por parte del Estado y el poder burgués y a su vez la constatación del ascenso político de los sectores medios en la última década, que asumieron -mediante las fuerzas reformistas y progresistas- la dirección política del movimiento popular y sus demandas y que en conjunto con la debacle estructural de la izquierda revolucionaria, carente de política, de formación, de trabajo político y de disposición combativa, marginada del campo popular y de la lucha de masas, han llevado a un repliegue político y social del campo popular, y a la desmoralización de este ante el paupérrimo y precipitado fracaso de la salida burguesa de la crisis -el pacto constitucional- y de las expresiones políticas populistas que a nombre del pueblo aparecieron en escena solo a demostrar que el proceso constituyente no era más que un voladero de luces, que termino desmovilizando y aniquilando la disposición de lucha e iniciativa del pueblo.

Decir que el problema era el carácter espontaneo de la lucha es reducir y responsabilidad a los trabajadores y los sectores populares por no tener la experiencia, ni la capacidad para autodirigir y autoeducarse ante los desafíos que imponía un proceso de rebelión popular. Pero para quienes nos asumimos como revolucionarios ese camino es el más cómodo y menos autocritico. Por lo tanto, el más errado. Ni hablar de quienes osan decir que gracias al trabajo de los sectores revolucionarios se pudo alcanzar el proceso del 18 de octubre, lo cual desliza un nivel de soberbia que nubla la vista ante la realidad.

Nosotros, la izquierda revolucionaria debemos asumir con responsabilidad y humildad que el escenario de agudización de la lucha de clases nos quedo grande, y que todos los esfuerzos de trabajo de décadas no fueron capaces de dar respuesta a la necesidad del pueblo. Esto nos exige, como deber moral, sacar lecciones importantes para el trabajo revolucionario presente y futuro, así como asumir con seriedad y compromiso las tareas actuales de la revolución.

En este contexto, una de las carencias evidentes, ha sido por décadas, la ausencia de teoría política que nutra nuestro quehacer, para abandonar el voluntarismo que tantas veces a copado la agenda y la práctica misma de los compañeros. De ahí, que nos parece imperante llamar a la reflexión política, y abrir el debate entre las filas de los revolucionarios, que algunos organizados y otro no, se encuentren ante la inquietud legitima de quien abandona la comodidad del dogma o de la ignorancia para pensarse y pensar en como debe ser el carácter de la revolución chilena.

Es por esto que abrimos este espacio, Revista Militante, y optamos por entregar en este primer número algunas aproximaciones a nuestra línea política, que enmarca nuestros debates y reflexiones.

El marxismo insurreccional es lo que hemos definido como el marco político teórico de nuestra apuesta política, y expresa dos aspectos centrales que responden tanto al método, y marco de análisis, como a la estrategia principal que debemos desarrollar si apostamos a llevar a cabo de forma real un proceso revolucionario en Chile.

¿Qué es el marxismo insurreccional?

El marxismo insurreccional es reconocer que la lucha de clases es el motor de la historia y por tanto, la base de todo análisis de la realidad concreta de cualquier sociedad en cualquier momento histórico. De ahí, que comprendamos que la lucha de clases y su dinámica, determina todas las formas de dominación, opresión, formaciones sociales, clases sociales, modos de producción y fases de acumulación específicas, características del periodo, cambios de periodo, e incluso el carácter estructural muchas veces oculto en cada coyuntura política, económica, social, ambiental, cultural o militar. A su vez, el marxismo insurreccional es comprender que la historia de la humanidad, es decir, la historia de la lucha de clases solo ha logrado cambiar su rumbo mediante el ejercicio de la violencia política. Es decir, es mucho más que “la continuación de la política por otros medios” (como decía Clausewitz), más bien es la forma más importante y determinante que adquiere la política, desde que existen clases sociales. En este sentido, el marxismo insurreccional asume que la violencia política es la única forma posible y realista de acabar con el poder burgués, y por tanto, es el único camino que nunca debemos abandonar los revolucionarios si creemos de forma sincera en la necesidad de la revolución.

La estrategia para la revolución chilena

En el marco de la realidad chilena y las características propias del modo de producción capitalista en Chile, hemos asumido dos pilares estratégicos que creemos son esenciales para llevar a cabo la revolución que acabe con el poder burgués:

  1. La construcción de poder popular.
  2. El desarrollo de la lucha insurreccional.

La construcción de poder popular

A diferencia de las corrientes ideológicas que de manera idealista y subjetivista niegan la existencia implícita o explicita del poder, entendemos que el poder existe dentro de cualquier relación social, donde este se ejerce de forma inherente a la misma practica concreta de dicha relación. De la misma manera, el poder político es propio de cualquier sociedad, y en las sociedades de clase el poder está en manos de las clases dominantes. Abolir la sociedad de clases, no es solo un problema de acabar con el poder burgues, si no de que hacer con el poder una vez que la clase trabajadora y los sectores populares llevan a cabo una revolución. En este sentido, omitir esta discusión, o adherir a la idea de que el poder simplemente se extingue o se elimina, tal cual fuera una cosa, un aparato, u instrumento objetivable, asi como el estado, las fuerzas armadas, etc, es simplemente infantilismo carente de realidad. La tarea de los revolucionarios es aportar al despliegue de toda la capacidad organizativa y creativa del pueblo y a la lucha ideológica que permita asumir como principio que el poder debe socializarse mediante la organización popular. Este es el poder popular, que pasa tras la revolución a ser la forma más importante de poder, superponiéndose al Estado socialista en vías de extinción, y en miras a la construcción del comunismo.

El poder popular cumple por tanto un rol fundamental para asegurar la dirección política de la segunda fase de un proceso revolucionario que es la transición al comunismo. El cual se amplifica en oposición directa a la extinción del Estado. Sin embargo, sus posibilidades de éxito están dadas principalmente por la fuerza que tenga dicho poder previo a la revolución, pues la capacidad de crear, expandir y consolidar una fuerza social antagónica al poder burgués es clave para garantizar la victoria, generando las condiciones subjetivas y materiales para la insurrección y para la dirección global del proceso revolucionario.

En este sentido, la construcción de poder popular no es una tarea que pueda postergarse para el futuro, tampoco esto significa que esta tarea puede ser resuelta solo por la mera voluntad de los revolucionarios en el presente. Mas bien, lo que debemos comprender es que construir poder popular es una tarea permanente, que tiene periodos de letargo, y de mayor complejidad, y otros periodos donde la agudización de la lucha de clases y la experiencia de lucha del pueblo, abren oportunidades inéditas, creando un terreno fértil para la idea de organizarse y de conquistar por medio de la lucha y el ejercicio de los derechos negados, la vida que anhelamos. Aprovechar estos momentos de ascenso para crear y fortalecer las expresiones de poder popular, son importantes para contener los procesos de repliegue en la lucha, y para materializar el ímpetu e iniciativa rebelde del pueblo en fuerza revolucionaria y conciencia de clase.

El desarrollo de la lucha insurreccional

Como mencionamos anteriormente, la violencia política cumple un rol determinante, y desde nuestro análisis el más importante y decidor si la revolución en curso aspira de manera real a acabar con el poder burgués. Es por esto, que la lucha insurreccional cumple un rol estratégico durante todo el proceso revolucionario.

La lucha insurreccional no solo nos permite enfrentar militarmente al enemigo, si no que, a su vez, nos permite elevar la moral del pueblo, al reconocer que la clase dominante y sus aparatos represivos no son intocables. La percepción de impunidad que provoca ver a los burgueses realizar colusiones y acuerdos comerciales que perjudican a la gente, llevar a cabo despidos masivos, entregar condiciones miserables de trabajo, entre otras cosas, así como la impunidad que tienen las fuerzas represivas incluso ante actos indudablemente reprochables socialmente, desmoraliza al pueblo, genera frustración y fortalece la dominación burguesa.

El estado de ánimo de las masas es por tanto un elemento clave para el desarrollo de la utilización de la violencia política y el ejercicio de la lucha insurreccional. Es fundamental reconocer el terreno fértil que se da ante una situación concreta para que pueda acoger la iniciativa armada y permita “sembrar” entusiasmo revolucionario en el pueblo.

Para la gran mayoría de la izquierda, hablar de lucha insurreccional es un acto de idealismo e infantilismo, nosotros al contrario, creemos que el único infantilismo es pensar que a través de atajos institucionales y burgueses, o mediante el mero activismo para los convencidos o agitación se pueda confrontar al poder burgués.

La historia de la sociedad nos indica que las contradicciones de clase se resuelven solo y en última instancia mediante el ejercicio de la violencia. Pero incluso es más, el negarle el rol que cumple la violencia en todos los momentos de la lucha de clases, es darle la victoria en bandeja al enemigo. Las clases dominantes no ocupan la violencia como un ejercicio extremo solo en los momentos decisivos de la lucha, al contrario, saben y son conscientes de que la violencia es una forma más de hacer política y por tanto la ejercen de manera permanente. Es por esto, que también rechazamos la tesis de los grupos que declaran adherencia a la lucha insurreccional, pero asumen que los tiempos de llevarla a cabo aún no están dados, indicando tácitamente que esta solo debe ejercerse bajo ciertas condiciones dadas.

La lucha insurreccional no es una parte del proceso revolucionario, al contrario, es un elemento permanente, inherente a este y se ejerce en todos los momentos de la lucha, adecuándose tácticamente a las condiciones materiales y subjetivas de cada periodo de la lucha de clases. Asumiendo, por tanto, que tanto la práctica misma, como los objetivos políticos y militares definidos para cada uno de estos periodos son particulares y específicos.

El asumir la estrategia insurreccional significa que esta debe permear todas las tácticas de los revolucionarios y cada parte del espacio orgánico que la impulse, desde la lucha más abierta y amplia de las masas organizadas hasta el carácter, y métodos de la organización política. En definitiva, si bien las tareas militares pueden estar o no separadas de las otras tareas de un espacio político, lo fundamental es que la forma que adopta la organización y el despliegue de sus tácticas deben dialogar y ser coherentes con este principio estratégico.

De cara a la realidad chilena, entendemos que el carácter de la lucha insurreccional combinará métodos de insurrección de masas y de guerrilla urbana, por lo tanto no excluye si no que al contrario, complementa el ejercicio de la violencia política organizada y dirigida a debilitar al enemigo moral y materialmente, con el despliegue de acciones de autodefensa y enfrentamiento social de las masas, que eleva la experiencia del pueblo, cualificándolo, a la vez que pone en jaque -cuando estos procesos se elevan y se masifican en la clase trabajadora y los sectores populares-, la legitimidad del sistema, o incluso la gobernabilidad, como lo fue en el breve lapso entre el inicio de la revuelta popular y la firma del pacto constitucional.

Hablar de poder popular e insurrección como principios estratégicos requiere gran debate y profundidad si pretendemos dotar de contenido nuestra práctica política y apostar por el derrocamiento del poder burgués. Esto significa que esta sintética aproximación más que cerrar un debate pretende abrirlo, en perspectivas de contribuir al pensamiento revolucionario y a la tan urgente y necesaria discusión sobre el carácter de la revolución chilena.