Las tareas de los revolucionarios ante la victoria del progresismo

La victoria de Boric cierra un periodo de transición y abre un nuevo escenario de lucha para los revolucionarios. Este nuevo periodo de la lucha de clases que se abre, bajo la estrategia de la ampliación de la democracia burguesa y que incorpora de lleno en la administración del estado a los sectores medios y sus intereses, nos obliga a tensionarnos y tensionar a las fuerzas revolucionarias sobre nuestro que hacer, y sobre esta base queremos exponer algunos elementos para introducir al debate sobre la situación política que se abrirá con el nuevo gobierno, en el marco de este nuevo periodo, pero por sobre todo respecto a las tareas de los revolucionarios.

Reconocemos en el resultado de esta segunda vuelta la victoria del discurso democrático burgués, lo que se vio expresado en el aumento de la participación electoral con un claro respaldo a Boric. Esta victoria de la democracia burguesa también es la victoria del consenso, que ha llevado al progresismo a un trabajo de “derechización” de su programa, con el firme propósito de alcanzar los apoyos transversales necesarios no tan solo para la ganada electoral, si no por sobre todo para asegurar un respaldo que le otorgue facilidades para gobernar dentro del marco de la estabilidad democrática. Esto, se verá reforzado con el proceso constituyente y sus resultados de cara al plebiscito de salida que pretende realizarse en abril del 2022.

Es importante desde aquí caracterizar con claridad al próximo gobierno: un gobierno burgués, con un programa progresista y una apuesta de consenso y ampliación democrática para gobernar bajo la conducción indiscutible de la gran burguesía transnacional, pero en alianza con los sectores medios. Donde el rol de las fuerzas políticas y sociales del progresismo será vital para conformar un brazo social, y mantener a sus propias fuerzas movilizadas en respaldo al gobierno y sus medidas. Desde aquí buscará arrimar a los sectores mas activos de la clase trabajadora con una mirada “critica” pero “propositiva”, los que actuarán como una fuerza de equilibrio para nivelar el espacio de disputa con los sectores más reaccionarios y colocar al gobierno mas al “centro” del campo de su despliegue político.

Es indiscutible que los sectores de la burguesía reaccionaria actuarán como una suerte de oposición, tal cual lo hiciera Chile Vamos con la Nueva Mayoría en el gobierno de Bachelet, pero esta vez liderados por el Partido Republicano y sus fuerzas colindantes, quienes asumirán un protagonismo mayor no solo en el plano institucional, si no mediante la activación y movilización de su fuerza propia, y que buscarán el apoyo de los sectores populares más atrasados para abrir una aparente disputa con el gobierno y su programa.

En definitiva, la falsa contradicción entre democracia y fascismo se prolongará en el juego político de gobierno y “oposición”. En este sentido, es fundamental destacar que si bien, este nuevo periodo abre un bloque en el poder reorganizado, oxigenado y con nuevas caras, las dinámicas que le han permitido gobernar con una clara hegemonía y estabilidad, se mantendrán vigentes a través de aparentes conflictos entre gobierno y “oposición”, con el fin de delimitar el marco del debate, aislar cualquier posición política que este por fuera de este marco, y generar adherencia del campo popular, para ahogar el descontento latente de las masas, a través de las alternativas y referentes que el mismo bloque en el poder le pueda ofrecer.

De aquí en más, se mantendrán procesos de movilización social dirigidos por el progresismo, con un corte ciudadanista, y bajo el cuidado del orden público. Rechazando la violencia y la radicalidad, tanto en formas como en contenido. Esto porque, al menos en el primer año, los sectores mayoritarios que saldrán a la calle serán los sectores medios. No así los sectores populares, que relegados una vez mas y ante una democracia burguesa consolidada, deberán apostar por la necesaria autonomía de clase, y por la construcción urgente de órganos propios para la lucha. De todos modos, cualquier proceso de recomposición organizativa de la clase trabajadora no se resolverá de la noche a la mañana, requiere allanar el camino y en paralelo impulsar un proceso de lucha que devele las contradicciones de este periodo y vuelva a poner en jaque la legitimidad de la democracia burguesa.

La represión no se tornará sistemática ni abierta, dado que no será necesario si los sectores medios son quienes conducirán los procesos de movilización de masas, por cierto, a favor del gobierno. Al contrario, dado el nivel de sofisticación y profesionalismo de los órganos de inteligencia del Estado y sus aparatos, y en consideración que este gobierno tendrá mucho mayor conocimiento de las organizaciones revolucionarias y los sectores radicales (producto de su origen estudiantil y el movimiento de militancia desde las filas de la izquierda autodenominada como revolucionaria a diversas fuerzas progresistas, presentes en el gobierno), estamos seguros que el carácter de su trabajo político militar y más específicamente represivo, será mucho más solapado y selectivo.

Bajo este contexto, creemos que es fundamental dar un paso a la ofensiva política de las organizaciones revolucionarias, que tenga al centro la construcción de una alternativa para los sectores mas avanzados de la clase trabajadora.

Esta ofensiva revolucionaria que debe darse en el seno de nuestra clase no puede hacerse desde una posición de seguidismo con el reformismo o progresismo, como históricamente muchas organizaciones revolucionarias lo han intentado, alimentando finalmente la estrategia de estos sectores y liquidando las fuerzas propias. Esto significa que requiere, sin lugar a duda, la ruptura total con el progresismo y todas sus formas de organización y de movilización. El camino progresista NO es el camino de la clase trabajadora. Es el camino de una burguesía que se oxigena y revitaliza gracias al posicionamiento de un discurso “democrático”, en un Estado de derecho que no es otra cosa que el régimen por excelencia de esta fase de acumulación capitalista, y donde los sectores medios, profesionales, pequeño burgueses, tecnócratas y universitarios serán sus acérrimos defensores, pues detrás de eso, se encuentran sus propios intereses y privilegios de clase (que la misma democracia burguesa les ha concedido). El juego de la falsa disputa entre progresismo y fascismo es un campo minado para los revolucionarios y la clase trabajadora, pues esa aparente disputa se da en el marco de un consenso estructural y fortalece la democracia burguesa, tal como lo fue por décadas la disputa entre la Concertación y la Alianza por Chile. No es casualidad el amplio apoyo que ha recibido de los ex concertacionistas (tanto de sus fuerzas políticas como también de figuras como Lagos o Bachelet) la candidatura de Boric. En este sentido, debemos ser super claros en mencionar que cada paso que dará el progresismo en el gobierno es un paso de la burguesía, por más que entregue “victorias” aparentes, que no serán mas que cortinas de humo para esconder el empobrecimiento y precarización de nuestra clase.

Por otro lado, separar aguas del progresismo y sus organizaciones, tácticas y métodos no significa replegarse en la trinchera de la comodidad de la sobreideologización y el campo de los convencidos. Una ofensiva nos exige todo lo contrario, salir de la trinchera y la comodidad, para movernos y desplegarnos con todas las fuerzas y capacidad creativa en nuestra clase. El aislamiento político y social de los revolucionarios, la marginalidad desde la cual operamos, nos plantea como tarea imperiosa dar un salto a la maduración política e ideológica. En este sentido, es importante dejar en claro, que todas las practicas que atentan contra aquello, son abiertamente contrarevolucionarias, y no pueden ser avaladas por la inexperiencia ni por la ingenuidad de quienes se han acostumbrado a hacer uso y a alimentar su vida política de la charlatanería y la politiquería barata sin contenido ni rigurosidad, el comidillo, las prácticas nefastas de sapeos y cahuines, en fin, formas que distan de la construcción política seria y revolucionaria.

Dicho esto, nos parece importante esclarecer las tareas de los revolucionarios para el actual escenario político:

La victoria electoral de este nuevo gobierno se sustentó principalmente en el combate contra el autoritarismo y “fascismo” que representaba Kast, poniendo al centro el discurso “democrático”. Esta democracia que el progresismo sale a defender, como ya hemos dicho es la democracia de la burguesía, y no la democracia de los trabajadores. Por lo mismo nos parece fundamental develar que dicha “democracia” tendrá un límite claro cuando nuestra clase tensione al gobierno progresista, y radicalice una vez más sus demandas y métodos. Tanto desde la expresión local como nacional, la lucha de los trabajadores y la organización popular no caben en la democracia burguesa, y son un riesgo para el progresismo. Es por esto que reconocemos la importancia de abrir la contradicción entre democracia popular y democracia burguesa, tanto a través del ejercicio de la agitación política, como de la organización y determinación de los trabajadores y los sectores populares sobre sus propias vidas, y sus derechos negados. Avanzar en la práctica de la democracia popular en confrontación con la democracia burguesa es una línea táctica base del poder popular como pilar estratégico.

El retroceso material y subjetivo en la lucha de masas ha traído muchas consecuencias para el campo popular. Dentro de eso la deslegitimación de la violencia como ejercicio político. En este sentido, creemos que esta dimensión puede y debe ser subvertida, ya que la violencia es el método que la clase tiene para ejercer su lucha y alcanzar conquistas reales, y por otro lado, porque de cara a un proceso de ascenso de la lucha de clases, para nosotros como revolucionarios, el desarrollo de la lucha insurreccional es fundamental para el éxito de cualquier estrategia revolucionaria. En función de esto, es importante comprender que la violencia no radica en un componente estético, ni es un fetiche de quienes asumimos ejercerla. No es propiedad de los denominados primera línea o anarquistas insurreccionales, ni menos de quienes, de manera performativa, hacen uso de la estética de la violencia para propagandear a sus organizaciones como en una suerte de campaña de marketing político. La violencia política es una herramienta de lucha para la clase trabajadora, pero que hoy ha sido cuestionada y rechazada por el discurso democratista burgués, el Estado de derecho y la monopolización de la violencia en manos de las fuerzas represivas. Es por esto que nuestra tarea es agitarla, ejercerla, prepararla, educar en torno a ella, en definitiva ponerla al servicio del pueblo (no como aquellos pusilánimes que antes de la revuelta se escandalizaban por la radicalidad de los estudiantes secundarios), mediante la inserción en las luchas que levante la clase trabajadora (no la pequeña burguesía) y la acción dirigida a golpear al enemigo moral y materialmente en respuesta a las acciones del Estado y la burguesía en desmedro de la vida de nuestra clase. Colocamos, por lo tanto, el ejercicio de la violencia política -mediante la autodefensa de masas en el marco de conflictos y luchas populares, el sabotaje y la recuperación- como elemento central de la táctica para el periodo de cara a la estrategia insurreccional.

Un elemento común en los análisis de la revuelta popular fue la dispersión de demandas levantadas por los sectores movilizados de la clase trabajadora, la que fue aprovechada por el progresismo para cooptar la movilización mediante el proceso constituyente y el acuerdo del 15 de noviembre. Esto no es algo novedoso, dado que en general la ausencia de reivindicaciones propias de la clase ha sido la causa por la que los sectores populares han terminado siendo vagón de cola o fuerza de choque en los conflictos levantados por los sectores medios y el progresismo. Hoy mantener esta posición no puede ser una posibilidad para los sectores populares y menos para las organizaciones revolucionarias, que con una táctica entreguista han terminado, en otros momentos, trabajando para los intereses de la burguesía. Es por esto que construir alternativa política autónoma de la clase mediante el desarrollo, sistematización, y agitación de una plataforma de lucha (conjunto de demandas para el desarrollo de la conciencia y la organización de la clase) es una tarea fundamental en el actual escenario, como forma de articular y movilizar a los sectores más avanzados del pueblo trabajador. Dicha construcción si bien es un proceso que llevan a cabo las organizaciones revolucionarias, debe ser respuesta a los intereses y anhelos de los sectores populares, y por lo mismo requiere, por un lado, tener una inserción real en la clase, y por otro, una lectura acuciosa de las condiciones subjetivas y materiales de esta. De lo contrario se corre el riesgo de terminar divagando en ideas y reivindicaciones que no convocan ni movilizan mas que a nosotros mismos.

Finalmente, un elemento que nos parece de primer orden en las tareas revolucionarias corresponde a la construcción partidaria de las organizaciones revolucionarias y a la militancia política real. La laxitud que el posmodernismo y el academicismo instaló como forma de construir “colectividades”, carentes de disciplina, estructura, compromiso, reemplazados por la acción individual, la coordinación esporádica, y la afinidad, han dejado desprovistos de organización política a nuestra clase. Desde aquí hay que dejar claro, no cualquier forma de organizarse es militar, como tampoco cualquier acto en apariencia rebelde “es revolucionario”, basta ver en redes sociales publicaciones de autoayuda donde se dice cosas como “amar también es militar” o “preocuparme de otros es revolucionario”. Todas estas expresiones tan comunes y tergiversadas sobre lo que es militar y ser revolucionario calan fuerte en una juventud carente de formación política y que termina reproduciendo el discurso burgués progresista. De aquí que es importante clarificar que militar implica ser parte activa de un proyecto político colectivo, donde hay una aspiración de sociedad y una acción coherente. La militancia cuando es real transforma la vida de los sujetos, permea todos sus espacios, prácticas, relaciones, ideas de la vida, aspiraciones de futuro, etc. De ahí que la militancia cumpla un rol fundamental para la construcción de una fuerza política, militar, pero sobre todo moral para afrontar las tareas de la lucha de clases. Tanto la militancia como el “ser revolucionario” son elementos subordinados a lo colectivo, a un proyecto que pone al sujeto en función de algo más importante que los intereses individuales y mezquinos de cada uno. Desde aquí, que el llamado a militar como tarea urgente, no es un llamado a construir en la medida de lo posible, si no a sumarse a la construcción partidaria de la clase, volcando todos nuestros esfuerzos en construir los instrumentos que los trabajadores y el pueblo necesitan para avanzar en la lucha. Dicho esto, creemos que la aspiración unitaria que muestran ciertos sectores de la izquierda revolucionaria (más allá de lo poco creíble del discurso) adolece de voluntad real para salir del estancamiento y aislamiento de los sectores revolucionarios. El aglutinamiento o la sumatoria de nuestra escasa fuerza militante no resolverá las tareas que hoy nos convocan, incluso sin considerar las diferencias y matices en el plano político. Al contrario, entendemos que la tarea está puesta en el fortalecimiento de los instrumentos, en la consolidación de las organizaciones, y por lo tanto finalmente, en la construcción de partido.

Estamos convencidos, que esta es la única manera de afrontar de forma certera los desafíos que se abren, salir del aislamiento y asegurar la ofensiva política que atraviesa transversalmente el conjunto de tareas actuales y urgentes de los revolucionarios.

19 Dic 2021

Dirección Nacional