Estado burgués y estrategia contrainsurgente en Chile

Leer el contexto actual nos exige abordar la reflexión sobre la iniciativa del enemigo y la forma que adopta el Estado para asegurar el resguardo de los intereses de la burguesía.

Dado esta necesidad, es que creemos fundamental leer la ofensiva del bloque en el poder a través del Estado, la estrategia que adopta y por lo tanto, caracterizar y comprender los métodos y tácticas que lleva a cabo.

El Estado y su carácter de clase

En primer lugar, debemos reconocer que el Estado no es una categoría neutral, al contrario, corresponde a un instrumento de la clase dominante para asegurar su poder. En este sentido, el Estado siempre tiene un carácter de clase, por lo tanto, no opera de forma independiente ni autónoma, si no que es la forma en que se ejerce la conducción política, social, militar y legal de una sociedad en beneficio de los intereses de, en el caso de la sociedad capitalista, la burguesía, y su fracción hegemónica.

En este sentido, el Estado como instrumento funcional a los intereses de la gran burguesía transnacional, necesita adaptar sus estrategias para responder a los cambios en la dinámica de la acumulación capitalista, y desde ahí que toda iniciativa no es más que una respuesta a esto, y a su vez a la dinámica de la lucha de clases especifica que se da en cada país.

Es importante señalar que la forma política que adquieren los Estados responde, siempre en primer orden, a los procesos que atraviesa el capitalismo y sus necesidades. De ahí, que la doctrina de contrainsurgencia, no es el origen si no la consecuencia, de los cambios del capitalismo. Una estrategia gestada en los 50-60 para asegurar el éxito en la implementación de una nueva fase de acumulación capitalista, y como forma de respuesta ante el evidente ascenso en la lucha de clases en diversos países de América Latina, donde los sectores más politizados, se encontraban fuertemente permeados por el éxito de procesos revolucionarios a nivel mundial. En definitiva, esta nueva ola expansiva del capitalismo, que consolida a la burguesía oligopólica, así como la transnacionalización, y la financiarización de la economía revisten un desafío político y social, que modela el Estado y su rol, como instrumento de la clase dominante para asegurar la instauración, desarrollo y maduración de dicha fase.

Doctrina de contrainsurgencia y democracia burguesa

La doctrina de contrainsurgencia ampliamente utilizada en América latina en los años 60, 70 y 80, ha sido reformulada para responder a un nuevo escenario donde la maduración de la fase de acumulación actual del capitalismo se asienta en la base de la democracia burguesa. Esto significa que así como en un primer momento, la doctrina contrainsurgente tenía por objetivo asegurar las condiciones sociales y políticas para la instauración de la fase de acumulación neoliberal del capitalismo, hoy su objetivo, es responder al agotamiento de la democracia burguesa, garantizando su estabilidad y la gobernabilidad del bloque en el poder y el gran capital.

Es, por tanto, el Estado contrainsurgente nada más que el nuevo Estado neoliberal, que se profesionaliza y prepara ya no para la guerra convencional, si no para el desarrollo de una guerra interna de baja intensidad, que, en este momento de maduración del neoliberalismo, tiene por propósito, generar control político, social y militar sobre la masa, sin poner en riesgo, en ningún caso, el régimen democrático burgués, al contrario, su fin último es cuidar su legitimidad, asegurando su continuidad.

Por tanto, la doctrina contrainsurgente no es una herramienta que se utiliza en ciertos momentos como forma específica, sino que es inherente al estado burgués en esta fase de acumulación.

Es por esto que no podemos esperar que opere con la misma intensidad y se devele de forma explicita en todo momento, al contrario, si bien opera de forma permanente, se puede observar de forma clara y abierta como reacción ofensiva de la burguesía ante una agudización de la lucha de clases y por tanto ante la radicalización del movimiento popular.

Como ya mencionamos, la doctrina contrainsurgente ha pasado por dos momentos, el primero como forma de reacción a la lucha de clases en ascenso en América latina, mediante la intervención militar directa en combinación con métodos de propaganda política, con el fin de arar el camino y generar las condiciones para instalar las bases de la fase de acumulación neoliberal, y el segundo como respuesta al ascenso de la lucha de clases, mediante la combinación de métodos de inteligencia, profesionalización de las fuerzas represivas, focalización del conflicto y combinación de tácticas político militares con actividad civil, en combinación con estrategias comunicacionales, ya en el marco de una democracia burguesa consolidada, donde el agotamiento y crisis del capitalismo neoliberal, abre nuevos escenarios de lucha de masas, donde la tarea final es salvaguardar la democracia burguesa.

Para comprender de mejor manera, estos dos momentos en la doctrina contrainsurgente debemos identificar los pilares de cada uno.

La primera etapa de la doctrina contrainsurgente, desarrollada entre los años 50 y 80 en América Latina, con un enfoque principalmente militar, expresado con claridad a través de las dictaduras levantadas en la región, tiene tres planos de desarrollo, que se dan de forma sucesiva y en ciertos momentos combinada, el aniquilamiento físico y/o moral de las fuerzas enemigas, mediante el asesinato y la tortura, la conquistas de las bases sociales, que corresponde al control territorial del espacio en disputa, y finalmente la institucionalización, que corresponde a la generación de las condiciones jurídico-legales y sociales para reinstaurar la democracia burguesa.

La segunda etapa de la doctrina contrainsurgente, se constituye como elemento fundamental de la democracia burguesa, por lo tanto el enfoque ya no es en primer orden militar, y se desarrolla en tres planos combinados, no sucesivos, pero que varían en sus métodos y prácticas según el nivel de ascenso de la lucha de clases, primero la neutralización mediante la represión selectiva y la modernización de los servicios de inteligencia, la cooperación entre distintas ramas de las fuerzas de orden, los métodos represivos, tanto disuasivos como para el enfrentamiento directo, así como el aniquilamiento moral a través de la prisión política, el seguimiento, detenciones ilegales y sanciones “ ejemplificadoras” como el asesinato ocasional pero sistemático de luchadores sociales, actos de fuerzas desproporcionada en manifestaciones, entre otros, que buscan generar miedo y desmoralización en las masas movilizadas. Segundo, el aislamiento de los sectores mas radicales, mediante estrategias de comunicación y propaganda, dirigida a fortalecer el relato de la democracia como un valor social de primer orden, en donde las coyunturas electorales y el voto cumplen un rol esencial, la criminalización de los sectores movilizados y de los métodos radicales que adopta la clase trabajadora y sus sectores avanzados en momentos determinados de la lucha de clases, donde los medios de comunicación juegan un rol central, y operan de forma articulada con la iniciativa político militar de levantar montajes y escenarios falsos de conflicto para deslegitimar las luchas populares (caso emblemático fue la operación Huracán en el Wallmapu), la legitimación del monopolio de la violencia por parte del Estado, y el desarrollo de estrategias para movilizar y validar a las fuerzas progresistas de la burguesía mediante la reivindicación de las protestas pacíficas, los carnavales, el carrete, y la cultura burguesa como formas de lucha legitimas y bien valoradas. Y tercero, la cooptación institucional de la demandas y sectores populares, a través de la institucionalización del discurso popular con el fin de aparentar representar “el sentir” de las masas, la entrega de recursos estatales individuales, como bonos, ayuda a “emprendedores”, etc. El clientelismo político a través de la entrega de recursos municipales y estatales a las organizaciones e iniciativas sociales, mediante el cual el aparato estatal ejerce control de los espacios de masas, y la constitución de espacios de dialogo y acuerdo, para bajar la disposición de lucha y llevar a los sectores movilizados al terreno de la democracia burguesa, donde el bloque en el poder puede ejercer control sin alterar el orden.

En definitiva, la nueva doctrina contrainsurgente del Estado neoliberal en el marco de la democracia burguesa se desarrolla a través de la combinación de tres elementos: la neutralización y aniquilamiento moral, el aislamiento de los sectores radicales y la cooptación de la base social.

En este sentido debemos destacar algunos elementos mencionados en el anterior número de la Revista Militante. Fuera de la concepción tradicional de que la guerra es la prolongación de la política por otros medios, nosotros concebimos que la violencia, -y más allá de la violencia: la guerra propiamente tal-, es parte inherente al desarrollo de una democracia burguesa y por lo tanto es de carácter permanente. En el fondo es la lucha política con enfoque militar, donde se opera bajo nuevos preceptos, en una guerra de baja intensidad, donde se utilizan métodos no convencionales, se fortalece la actividad civil de las fuerzas militares y/o represivas, camuflando la practica político militar del Estado burgués, dentro de la idea de la seguridad y orden público.

La cuestión del fascismo

Diferenciar las estrategias contrainsurgentes del Estado burgués y el fascismo es fundamental para no confundir la noción de que todo método represivo es fascista. Es más, es muy importante dar cuenta que el problema de la contrainsurgencia no responde a un programa de gobierno o coalición política específica, si no que como ya dijimos es inherente al Estado burgués, de manera indistinta a quien gobierne.

Esto es fácilmente entendible cuando reconocemos que los gobiernos de la concertación fueron los que propiciaron la reorganización de la oficina para constituirse en lo que hoy conocemos como la ANI, así como los que propiciaron el paso de una guerra de baja intensidad a una guerra de mediana intensidad en el wallmapu, mediante la militarización de la zona y el uso de métodos convencionales para el enfrentamiento armado con las organizaciones mapuches.

Así mismo es importante identificar que hablar de fascismo no puede ser reducido simplemente a la idea de autoritarismo, conservadurismo, o patriotismo, elementos que por sí mismo son insuficientes para hablar de fascismo, más allá de que sean rasgos identificables con esta ideología.

El fascismo en Chile como toda ideología de la clase dominante responde a los intereses directos de la burguesía o una fracción de esta, en este caso a la burguesía asociada al latifundio, vinculada al mercado agrícola y forestal.

En este sentido, es indiscutible el evidente ascenso del fascismo y su representación tanto política como económica en ciertas organizaciones políticas como el Movimiento Social Patriota o sectores del Partido Republicano.

Sin embargo, es necesario aclarar que un Estado represivo no es un Estado fascista, es un Estado burgués, y en el momento actual del desarrollo del capitalismo neoliberal, se encuentra representado plenamente en la democracia burguesa. Si bien democracia o dictadura son regímenes que puede adoptar la burguesía para dar una respuesta política a sus intereses económicos, hoy por hoy, es el régimen democrático burgués la forma por excelencia que necesita el gran capital y la burguesía transnacional para alcanzar sus objetivos.

Desde aquí también nos posicionamos en contraposición al anarquismo que al igual que el progresismo, reducen toda práctica política de la burguesía conservadora, o de los sectores reaccionarios de nuestra clase a fascismo, o bueno de forma mas radical aquellas corrientes que sin ningún asidero en la realidad y sin base teórica seria, son capaces de identificar el marxismo (o lo que ellos mismos definen como dictaduras socialistas) con fascismo. Esto, sin lugar a duda, carece de toda rigurosidad, y solo confunde al pueblo, donde el enemigo se vuelve difuso, perdiéndose el norte de contra quien debe combatir la clase trabajadora: la burguesía y sus instrumentos de dominación.

 

La revuelta popular y los métodos de contrainsurgencia

La revuelta popular de octubre del 2019 abre un escenario de lucha inédito en Chile, desde aquí, que los métodos contrainsurgentes del Estado burgués adquieren gran relevancia.

La neutralización de los sectores movilizados dado el proceso de radicalización y masificación de la protesta social, obligó al enemigo a elevar sus métodos y prácticas. Por un lado, la implementación de nuevos métodos represivos, la adquisición millonaria en blindados antidisturbios, la modernización de la ANI, la coordinación de las direcciones de todas las fuerzas de orden, el uso de actividad civil intensivo en infiltraciones y seguimientos, la ampliación de facultades de los organismos de inteligencia, así como por otro lado, la modificación legal y jurídica, incorporando nuevas leyes que entregan más atribuciones a las fuerzas represivas y elevan las penas para actos de desorden público.

El aniquilamiento moral de los sectores mas radicales, mediante el uso de estrategias de intimidación y disciplinamiento como detenciones ilegales, hostigamiento, sanciones ejemplificadoras como el asesinato, la mutilación, y la más recurrente en el último tiempo, la prisión política en general, pero en particular la prisión preventiva como un método al alcance de la justicia burguesa para castigar aun cuando no existan pruebas ni razón justificable para su aplicación, y solo con el fin de atemorizar y desmoralizar a las masas.

El aislamiento es otro plano donde opera el Estado burgués desde la contrainsurgencia, que de cara a la revuelta popular del 18 de octubre, desarrolló un plan sistemático y articulado de criminalización de la protesta a través de los medios de comunicación masivos que operaron con gran fuerza para instalar la idea de que la autodefensa de masas, o las acciones de recuperación y sabotaje no eran más que el desborde del caos de la delincuencia común, o en un discurso análogo, acciones intencionadas por terroristas pagados por Venezuela o Cuba para desestabilizar el país, así como también, dio espacio y reivindicó los métodos pequeñoburgueses de protesta pacífica, las coreografías, bailes, y cualquier acción de “protesta” que no alterara el orden social. Esto de la mano de instalar el discurso del dialogo y los acuerdos, como única forma valida de resolver la crisis, buscando validar el monopolio de la violencia del Estado, a través del discurso de la seguridad como base de la democracia y el bienestar social.

El tercer plano de la doctrina contrainsurgente hoy es la cooptación, que como ya dijimos cumple un rol fundamental en resguardar y relegitimar la democracia burguesa ante su agotamiento inevitable. El acuerdo del 15 de noviembre, junto a la campaña por el “apruebo”, así como la elección de los constituyentes fueron hitos de gran relevancia para cooptar a las masas, donde el progresismo e incluso sectores que se habían definido hasta entonces como “revolucionarios” claudicaron con posiciones tibias y conciliadoras, o abiertamente reivindicando el plebiscito como un momento histórico para el pueblo, e incluso llevando candidatos para alcanzar algún puesto en la convención. Táctica oportunista y mediocre que resultó derrotada rápidamente, producto del gran consenso político del bloque en el poder, que con matices de menor relevancia en el discurso, representa sin lugar a dudas (cada uno de sus conglomerados) los intereses de la gran burguesía, y asumen la tarea de garantizar su resguardo, dentro de un marco de gobernabilidad y estabilidad propicio para responder al dinamismo del mercado financiero de forma segura para el capital. Las medidas post pandemia, desde la implementación del Estado de emergencia, el cierre de los establecimientos educaciones y la entrega de IFE y el retiro del 10% fueron métodos que contribuyeron de gran manera para apaciguar el descontento y contener a las masas.

En definitiva, la combinación de métodos que responden finalmente a una estrategia contrainsurgente para reestablecer la gobernabilidad y combatir el ascenso de la clase trabajadora y el pueblo terminó por generar un repliegue ideológico y político de los sectores populares, con un claro retroceso en la disposición de lucha y manteniendo la carencia organizativa precedente.

No es objetivo de este articulo profundizar en este punto, sin embargo nos interesa mencionar que el análisis descrito en el párrafo anterior no quiere decir que la experiencia de lucha vivida por el pueblo con la revuelta popular, se anule como si nunca hubiera pasado, es evidente que esto es parte del cúmulo de aprendizajes que prepara a la clase trabajadora para enfrentamientos futuros, asumiendo que el camino revolucionario no tiene atajos y requiere de la iniciativa permanente y prolongada del pueblo para poder avanzar de manera realista y consistente en la transformación profunda y radical de la sociedad en miras a la construcción del comunismo y el derrocamiento total del capitalismo en todas formas y en cada rincón del mundo.